Sunday, January 10, 2010

Mi anécdota con Sandro

Por: Germán G. Carías Bermúdez


Era el año 1969 y había recibido de regalo un radio transistor portátil a pilas, con audífonos que vendría a ser lo que hoy es para los muchachos el MP3. El maravilloso regalo despertaba en mí una pasión indescriptible por la música, el poder escuchar mis temas favoritos sin que fuese interrumpido por nadie era grandioso. Las estaciones radiales se escuchaban en AM, seria por que no se había perfeccionado la FM o por razones que no eran de mi dominio. Todos los diales que colocaba en mi radio tocaban incesantemente a Sandro, a quien los locutores describían como el Elvis Presley Latino por sus contorsiones de caderas. El tema que se repetía sin cesar era dedicado a una tal Rosa, quien había despertado en el Autor de la canción un amor desenfrenado. La música era pegajosa e invitaba a bailar sin parar, aunque el cantante no era de una gran voz poseía una gran melodía.


Germán G. Carías Bermúdez de seis años de edad con Antonio J. Izturiz ( El Catire) dueño de innumerables emisoras radiales y del equipo Navegantes del Magallanes del béisbol venezolano.


Como siempre después del desayuno mi Mamá nos llevaba al colegio que quedaba dentro de la misma Urbanización donde vivíamos, yo iba embebido oyendo mi radio transistor ajeno al mundo solo repitiendo la canción de Rosa mentalmente y bailando sentado. Casualidades de la vida o no sé que decir mi maestra de Preparatoria se hacia llamar la Hermana Rosa, estudiábamos en un colegio de Religiosos Franciscanos quienes en esa época tenían métodos un algo grotescos para educarnos. Desde arrodillarnos en granos de arroz, pegarnos con los mecates que les guindaban de sus sotanas, darnos en las palmas de las manos con reglas de madera y otros castigos corporales, pretendían que nosotros fuésemos mejores estudiantes con semejantes barbaries. En el colegio se acostumbraba a formarse en fila cantar el himno nacional y el himno de los Franciscanos antes de entrar a las aulas, era un ritual en donde los alumnos debíamos portarnos solemnemente y por nada en el mundo hacer ruido. El ambiente a esa hora siete de la mañana era tenso y causaba estrés en el alumnado, significaba la formación de nuestros caracteres.


En medio de ese ambiente que para nosotros era lúgubre, yo tenía viva en mi cabeza la canción Rosa de Sandro. Para mi desgracia en el coro donde uno se pone más eufórico para cantar, solté a todo pulmón parte de la letra que decía “Rosa, Rosa tan maravillosa como blanca Diosa como flor hermosa tú amor me condena a la pena de sufrir Ay. Rosa dame de tú boca esa furia loca que a mi piel provocas….” Mi castigo fue ejemplar por haber interrumpido el sagrado acto, pero con mi maestra mejoraron las cosas para mí en el aula. Seria que pensó que la canción iba dirigida a ella, gracias Sandro por haberme mejorado la vida siempre te recordaré.


Sandro